Esta frase en estas épocas es una frase dura. Tanto por las limitaciones de poder viajar en pandemia, como por la crisis económica en estos días. Pero si usted duda en viajar y le cuesta, imagínese lo que debe estar sufriendo la gente que vive o vivía del turismo, en todas sus expresiones.
Dolorosamente hay un antes y un después de tener que viajar en pandemia. Un antes que nos hace recordar cómo salíamos a pasear libremente por cualquier lugar de Costa Rica o del mundo. Un después que nos impone una nueva realidad, normas, tiempos y limitaciones para viajar.
Pero aún así, la humanidad somos personas deseosas de conocer.
Viajando se han hecho grandes descubrimientos, se nos han heredado grandes conocimientos. Magallanes descubrió un estrecho, Américo Vespucio recorrió nuestro continente y fascinó a toda Europa con sus narraciones sobre el mismo. El mismo Cristóbal Colón viajó y encontró para España un continente completo con el cuál se comenzó a escribir una nueva historia. Y así muchos casos mas.
Nuestras propias experiencias de viaje, nos han dado a cada cual un nuevo aprendizaje, personal o familiar. Viajando hemos encontrado amor, conocimos quizá a la persona con la que compartimos el resto de nuestras vidas. Viajando comprendimos que hay otros sabores, otros olores, otro climas, otras ropas, otras costumbres, formas diferentes de compartir la vida. Y no necesariamente hemos viajado lejos para hacerlo. En nuestro propio país hemos visto cambios entre una región y otra.
Lo maravilloso de recorrer los caminos.
En el caso de Costa Rica, poder ver ranas pequeñas, hermosas y a veces peligrosas en bosques del Caribe, o llegar a las frías alturas de Pérez Zeledón, bañarse en las tranquilas aguas del pacífico sur, ver la «cola de la ballena», llegar hasta la frontera a comprarse algo de ropa o zapatos en la frontera con Panamá. Dónde dejar el pacífico norte, playas tempestuosas y maravillosas, gente sonriente y de calor en el corazón en Coyote, en Nosara, en Samara. O si cambiamos y pasamos Comer chicharrones en Cañas, decidimos subir a Upala, ver sus ríos, sufrir sus lluvias. Que tal caminar en Guayabo en Turrialba, comer un buen queso palmito en San Ramón, subir al Poás, y comer en Chubascos, subir al Irazú o al Turrialba, ver el Volcán Rincón de la Vieja o el Arenal si se deja o en la noche si echa fuego.
Cada espacio, cada calle, cada persona, cada casa, cada soda, todo nos lleva a recordar lo importante del sabor humano, del calor humano de sentirnos parte de gran planeta.
Nos queda aprender a viajar en pandemia, adaptarnos a esta nueva realidad, controlarla, conocerla, y dentro de la misma reinventarnos. Debemos hacerlo, merecemos hacerlo, podemos hacerlo. Es parte de nuestra naturaleza milenaria nómada. Para asentarnos tuvimos que recorrer el planeta, ahora volveremos a recorrer el planeta para recuperar nuestra propia identidad.